Apuntes de Cátedra / Eje: La presencia del Diseño en el mundo cotidiano: “todo ha sido diseñado”.

lunes, 9 de marzo de 2009

Apuntes de Cátedra
Eje: La presencia del Diseño en el mundo cotidiano: “todo ha sido diseñado”.

Fragmento de Guía Conran del Diseño.

Arte e industria.

El diseño moderno tiene sus raíces en dos procesos históricos distintos. El primero es el de la división del trabajo, el procedimiento industrial de descomponer el proceso de fabricación en varias tareas elementales que, según el economista escocés del siglo XVIII Adam Smith, haría más rentable de producción. El segundo fue el perfeccionamiento de las técnicas de producción en cadena, impulsado por la supuesta correlación entre el alto volumen de producción y el abaratamiento de los costos. Las consecuencias —tanto de ahorro de tiempo como de homogeneización de los productos— exigían una cuidadosa planificación. A los cambios sociales y tecnológicos derivados de estos acontecimientos se les conoce con el nombre de Revolución Industrial. Esta tuvo lugar cuando algunos ingenieros y hombres de negocios británicos se dieron cuenta de la importancia de dichos cambios y comenzaron a explotar las posibilidades que ofrecían. Aunque la existencia de tales aportaciones técnicas era también conocida por los científicos de toda Europa, sólo los británicos disfrutaban de estabilidad política, de un gobierno centralizado, de una tradición de libre comercio y de una filosofía utilitaria, además de abundantes recursos materiales. Todo lo cual permitió a estos ingenieros y comerciantes aprovechar las primeras ventajas de la industria. Y, puesto que fue Gran Bretaña la primera en afrontar las consecuencias artísticas y sociales de la Revolución Industrial, fue también en Gran Bretaña donde apareció la preocupación por el problema del diseño.
En el siglo XVIII existía una confianza generalizada en el poder de la razón, unida al deseo de conocer el mundo, tanto el natural como el social. La literatura estaba repleta de metáforas industriales, y las primeras fábricas ofrecían a los poetas espectaculares visiones del mundo futuro. «Esta es, oh Industria, tu bendición: la fuerza bruta», escribía, por ejemplo, James Thomson en su obra The Seasons (1726-1730). Fue este tipo de conciencia artística e investigadora la que condujo al pintor William Hogarth a escribir su libro The Analysis of Beauty (1753), en el que se proponía cuantificar las leyes que rigen nuestras reacciones ante el arte. El texto se ocupa preferentemente de cuestiones de adecuación e idoneidad. Hogarth es consciente de que formas que en sí mismas son elegantes, pueden suscitar desagrado si se colocan mal. Presentan así un nuevo tipo de crítica culta como, por ejemplo, sus opiniones sobre la arquitectura rococó: «Las columnas retorcidas son indudablemente ornamentales, pero, al dar una sensación de debilidad, pueden producir desagrado si se utilizan para sostener grandes volúmenes». También se encuentra allí un comentario sobre el nuevo fenómeno de los productos de consumo. Significativamente eligió para la portada de su libro una reproducción del taller de John Cheere en Hyde Park Corner, en el que se hacían copias de plomo de esculturas griegas y romanas para atender la creciente demanda de las clases medias. Los compradores, que no podían permitirse el lujo de hacer un Grand Tour para comprar auténticas antigüedades con los milordi, querían sin embargo demostrar que era gente distinguida y de buen gusto. Estas reproducciones de estatuas clásicas se encuentran entre los primeros signos del gusto del mundo moderno. Son símbolos de una época en que se produjo el encuentro del arte y la industria, y en la que los fabricantes y los artistas, al comenzar la producción en serie, adquirieron plena conciencia de los problemas de estilo y del significado de lo que estaban haciendo. Este acontecimiento es de crucial importancia, porque la introducción del elemento artístico y cultural en la industria supuso el comienzo del diseño y señaló el inicio del proceso que haría desaparecer de la vida económica al humilde artesano.
Mientras que Hogarth trataba estos temas a nivel abstracto, en Londres, en la incipiente zona industrial de los Midlands, Josiah Wedgwood comenzaba a darse cuenta de la importancia de la temprana Revolución Industrial. El escultor John Flaxman escribiría más tarde sobre su tumba en la iglesia de Burslem: «Convirtió una fabricación tosca e insignificante en un arte elegante, e hizo de ella una parte importante del comercio nacional». Antes de la producción en serie, el artesano —bien individual o colectivamente— controlaba todo el proceso de fabricación, desde la invención hasta la venta. Después de la Revolución Industrial, el diseñador pasó a ocupar, en el ciclo que va del fabricante al consumidor; un papel de creador distinto del de mero fabricante. Los nuevos procesos de manufactura y comercialización diferenciaron al inventor del productor y a éste del vendedor.
Wedgwood fue el primero en explotar la división del trabajo en la fabricación de bienes de consumo. Para diseñar sus productos empleó artistas como el escultor John Flaxman, el pintor George Stubbs e innumerables ceramistas italianos desconocidos, cada uno de los cuales intervenía en aspectos parciales, sin que ninguno de ellos se ocupase plenamente de todo el proceso de fabricación. Pero, al ser el primero en introducir artistas en el proceso industrial, Wedgwood creó con ello una nueva figura: el diseñador.

Fuente: Bayley, Stephen. Guía Conran del Diseño. Alianza Editorial, Madrid 1992.

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